Por Diego Salas
Alan Villanueva (1994) Creció en Villa de Etla, Oaxaca, y no fue sino hasta los diecisiete años que viajó a la capital mexicana para vivir de primera mano los vaivenes del jazz, donde se zambullen las personas no para tocar las honduras del desconcierto, sino para conocer lo que se siente emerger de ellas en el espasmo de los improvisadores natos, aquellos que viven con un exceso de sangre en el cuerpo.
El primer maestro que marco su trayectoria como ejecutante fue Miguel Samperio. Luego, muchos otros, Diego Maroto, Arodi MartĂnez, Jako González, etcĂ©tera. Sin embargo, y aunque su centro era y siempre ha sido la mĂşsica, estudiĂł FilosofĂa y Letras en la UNAM primero porque no se abrieron las vacantes para saxofĂłn ese año, y al siguiente, por un error administrativo del sistema de emisiĂłn de fichas. Mientras tanto, pasaba los martes en la noche asistiendo al Jules, en Polanco, para escuchar a sus colegas y esperar pacientemente a que lo invitaran a subirse a tocar un blues o algo que estuviera practicando en la Ăşltima parte de la presentaciĂłn.
Si bien estar ahĂ arriba con quienes ya desde entonces eran las figuras nacionales del jazz podĂa resultar intimidante, Villanueva siempre tuvo esa voluntad del agua, esa terquedad de encontrarle la vuelta a todos los obstáculos. Gracias a eso logrĂł entrar, en el tercer año de su estancia, a la Superior de MĂşsica para luego mudarse a Xalapa, donde continuarĂa su formaciĂłn acadĂ©mica y artĂstica. Hay que hacer esa distinciĂłn, porque una cosa son las herramientas que obtuvo desde el ámbito institucional, y otra cosa, la perspectiva que ganĂł desde lo humano cuando entrĂł en contacto con un ecosistema creativo en constante ebulliciĂłn.
Aunque actualmente ha ganado más notoriedad como ejecutante de primer nivel, especialmente despuĂ©s de haber ganado el X Concurso Panamericano de SaxofĂłn Jazz y el Primer Concurso Latinoamericano de SaxofĂłn “Melissa Aldana”, su labor como compositor es promisoria. Haciendo de la mĂşsica una alegorĂa de su propia vida, desafĂa los principios teĂłricos con la práctica, redimiendo las normas de la armonĂa no funcional a travĂ©s del resultado artĂstico en sĂ mismo.
AsĂ, encontramos en “Xipehua” rasgos armĂłnicos de McCoy Tyner y de Coltrane en su periodo más modal, asĂ como guiños al serialismo. Pero tambiĂ©n hay mucho de Garrett al desarrollar una improvisaciĂłn que inicia adentro para elevarse luego en eso que llaman el outside, el territorio ataviado de tensiones armĂłnicas, desarrollo motĂvico, superestructuras y bĂşsqueda de colores sugeridos por enclosures que no han sido nombrados todavĂa.
Por otro lado, está “Cantoviento”. Aquella propuesta aborda un reto mayĂşsculo para un compositor de jazz, la letra. Se trata de una pieza que explora la conjunciĂłn lĂrica y musical en un tamiz alejado de la cursilerĂa y los lugares comunes, pero sin dejar de lado la evocaciĂłn de la gratitud y la memoria. No obstante, en esta canciĂłn tambiĂ©n subyace el vigor descarnado que atraviesa toda la labor de Villanueva como ejecutante, ya mediante la caracterĂstica manera de abordar la improvisaciĂłn o mediante el fulgor de la melancolĂa expresado en los versos de apertura como “si no sabes volver/ allá donde el alba blanca/ guarda de la pena tu mirar” que, dicho sea de paso, aprovecha el hipĂ©rbaton, un recurso tĂpico de la poesĂa barroca, para lograr la cuadratura silábica.
Como artista emergente todavĂa, aĂşn no cuenta con un álbum propio, pero en la trayectoria de Villanueva hay que seguir trazando ese paralelismo entre la ejecuciĂłn y la composiciĂłn. Pues ahĂ, donde los dos universos se superponen, subyacen las claves para entender con mayor precisiĂłn el corazĂłn de sus cualidades como creador: la bĂşsqueda constante del equilibrio entre el vigor de la sangre que bombea en su cuerpo, la tenacidad del agua y esa lucidez que tanto exigen la inteligencia y la bondad.